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300 PARA RATO

La vigencia del imperio

Publicado: 2014-03-27

Siglo V antes de Cristo, el imperio Persa se extiende de la India a Egipto. Con la lógica expansionista de esos entonces, Ciro el Grande, somete pueblos y regiones diplomática y militarmente. La administración de sus dominios se basó en una política dadora de privilegios, a cada provincia se le llamó satrapía; estas gozarían de libertad religiosa, administrativa y jurídica siempre y cuando no descuidaran rendir sus tributos puntualmente. Veinte años antes de la batalla de Termopilas –referente histórico en que se basa “300”, el comic de Frank Miller y la versión para el cine de Zack Snyder el 2006– en Jonia (territorio de la actual Turquía) se alza una revuelta. Ese evento marca un antes y después en las hostilidades entre persas y griegos. Los jonios reciben asistencia de los atenienses, y aunque Darío, sucesor de Ciro, aplastó la revuelta, quedó la promesa de venganza contra Atenas. Diez años después de Darío, llegan a costas griegas, y se desarrolla la batalla de Maratón; el ejército persa es superior en número y en armada naval, pero Milcíades detiene el avance y consigue una primera victoria a favor de los estados helenos. Temístocles, que fue partícipe de esa batalla y ya daba muestras de estratega militar, se dio cuenta que las coordinaciones de los persas entre mar y tierra, era muy pobre y que si se quería ganarle a los persas la respuesta era ganar la guerra en el mar. Con esa lógica, el gobernante ateniense invirtió su tiempo en hacerse de mejores barcos y esperar el siguiente asomo del poderoso imperio persa. Darío muere y asume el poder Jerjes, tan inteligente y despiadado como sus antecesores y con el ego corroído por la derrota de Maratón.

Seguramente muchos espectadores colmaron las salas esperando que el legado de Leónidas, rey y héroe espartano, fuera el detonante para enfrentar el avance persa, pero históricamente no fue así; se luchó en tierra, en ese delgado paso en Termopilas, y en alta mar liderados por ya un experimentado Temístocles. Los enfrentamientos duraron tres días, Atenas cayó, pero los persas fueron derrotados finalmente en Salamina. La desventaja fue notable, en proporciones de cincuenta a uno, pero las circunstancias, el valor e inteligencia, evitaron que las ciudades-estado griegas fueran una provincia más del dominio persa. El cine también se permite excesos, subliminales o expresos, y la ficción permite tergiversar algunos hechos; es válido en aras del entretenimiento y hacer que uno se desconecte de su cotidianidad por más de hora y media. Si en una primera parte fue Snyder, es el turno de Noam Murro para recrear, muy a la hollywoodense, ese pasaje de la historia de occidente.

Si hace menos de diez años, 300 (con un condenado para siempre Gerald Leonidas Butler por su papel como el rey espartano) fuera un éxito de taquilla gracias a ese solvente basamento en la estética del comic de Frank Miller, y una dirección made in mainstream gringo de parte de Zack Snyder, el reinado de sangre y acción, además de un contexto donde la película se confundía con ese sentimiento patriota que tiene el nacido en occidente contra la amenaza que llegaba en supuestos hombres bomba, aviones secuestrados, y musulmanes por todas partes; 300 (The rise of an empire) es una extensión de esa fórmula, se potencia lo anterior, el género sigue encapsulado para estómagos delicados.

Nadie niega que se trata de una película deliberadamente confeccionada en fondos verdes, que los chorros de sangre, la violencia explícita, la fastuosidad de los enfrentamientos son pedradas para que el espectador quede boquiabierto con migas de palomitas de maíz cayéndole de las fauces. Noam Murro se ofrece a la suplantación del anterior director (Snyder justo por esas fechas estaba más interesado en lo rentable que sería la filmación de “El hombre de acero” y lo promisorio que sería hacerse del proyecto “Batman contra Superman”, peo no dejo a su vástago a la deriva del Egeo, figura en los créditos como cómodo productor) El tramado épico, propagandístico, de esos valores pasteurizados como el honor y el sacrificio que podemos adquirir en los estantes de las grandes tiendas comerciales, llega más fácil de digerir con esta cinta. El desconocido Murro saca las locaciones de las termopilas a la espesura y bravura del Mar Egeo, Leónidas es reemplazado por Temístocles; los tópicos de la primera no sólo se repiten, en la forma como se maneja la violencia y el salpicado rojo, sino también en las relaciones de los personajes con sus más allegados, a esto sumémosle la campaña en redes sociales que es un nuevo gancho para colmar las salas. Quizá la única variación en esta segunda entrega, sea la inclusión del personaje de Artemisa (Eva Green) que demandaría mayor atención por una cuestión de género, femme fatal, que desplaza en el protagónico al palurdo Jerjes, y quien a toda costa quiere someter a esas ciudades estado que le arrancaron su feminidad; no puedo negar que su presencia en la pantalla es perturbadora, y si a esto le agregamos esos minutos hardcore que tiene con el héroe ateniense, creo que el plato de sexo y acción está colmado.

“Rise of Empire”, como reza el subtitulado de la cinta amenaza con que vendrán secuelas hasta el mismo Alejandro Magno (quien sí se pudo jactar de haber instaurado uno por sobre el imperio persa), vendrá todo envasado en esta estética efectivista que está siendo aprovechada en varias producciones, vendrá más de lo mismo, en cápsulas, que espero, en algún momento por el hartazgo actúen como laxantes.


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