LA GRANDE BELLEZZA
Fastuosidad que no harta
Raffaella Carrá y su “Far l´amore” nos somete, de rato en rato un grupo de mariachis irrumpen la cadencia para airearlos exóticamente. Una fiesta sofisticada, baile de máscaras. La contundencia de los primeros planos: rostros protegidos por el maquillaje y las bien ganadas arrugas, caras irradiando una feliz e hipócrita decadencia. Dj Gato ahora sacude la pista, «…mueve la colita mamita rica, mueve la colita»… el ruido se hace lento para que se muestre, como un condenado, Jep Gambardella, escritor del Club Bartleby de Enrique Vila-Matas, él ha cumplido 65 años y nos increpa: «…de pequeños, a esta pregunta, mis amigos daban siempre la misma respuesta: “la vagina”. Pero yo respondía: “el olor de las casas de los viejos”. La pregunta era: “¿Qué es lo que realmente te gusta más en la vida?”... Estaba destinado a la sensibilidad...».
“La Grande Bellezza” es de esas piezas que uno puede contemplar varias veces y siempre puede encontrar algo, algo con que colmarse. Desde el tratamiento de la fotografía hasta la fastuosidad del despliegue técnico, desde el correcto ensamble de guion hasta el logrado desenvolvimiento de los actores secundarios, desde la banda sonora hasta el paseo final por el Tíber cuando escalan los créditos de la cinta; y por sobre todo el tema, la vacuidad como lugar de enunciación, como coordenada descolocada, esa nada totalizadora que expone seres marionetizados que se solidarizan en su decadencia y por los que uno llega hasta sentir una extraña ternura y sincera compasión. Esa vacuidad contenida por la saludable melancolía hace que en determinados momentos nos sintamos vivos. El cine no sólo refracta emociones, a veces las espeja de manera contundente.
Paolo Sorrentino es el artífice de esta grande belleza, ha logrado, así muchos señalen que de manera inconexa, trasmitirnos esas emociones propias de la escuela italiana de cine, el amor, la ciudad, la fastuosidad, personajes singulares, la cotidianidad, etcéteras. Visconti y Fellini son auras en este film, ahora Sorrentino preserva el legado de los maestros.
Es grato aceptar que esta película, mosaico como un friso romano, contiene todo, así suene dislocado afirmarlo, contiene todo, y lo sostiene muy bien. La frivolidad de los acuerdos tácitos de una burguesía venida a menos no desentona con lo poético de algunos gestos de nuestro querido escritor del no, su participación de toda esa farsa es tan sincera que no lo imaginaríamos en otro contexto. Nuestro personaje se ve impregnado de sobreviviente catolicismo, culto al botox, placer, risiones, soledad, sofisticado arte contemporáneo, supervivencia, tóxico dependencia, coliseo romano, matrimonios por inercia. Italia no es moda y pizza, aurea mediocritas, Madre: «…estás loco» hijo: «No, tengo problemas», los jóvenes mueren antes que los adaptados saurios, el trencito de las fiestas que no lleva a ninguna parte, el vértice de la mundanidad, postergadas vocaciones civiles, «…Estefá, madre y mujer, tienes 53 años y una vida devastada. Como todos nosotros. Estamos todos bajo el umbral de la desesperación, debemos hacernos compañía, tomarnos el pelo…». Fastuosidad que no harta.
Cada fotograma está en su lugar, así a momentos la película se sienta algo caótica, la “Grande Bellezza”, como la Roma imperial, se luce poderosa y magnánima, protegida por el natural poder mediático del buen cine. El soundtrack es otra muestra de ese logro, la extraña convivencia de Raffaella Carrà, El Gato Dj y La Banda Gorda junto a Bizet, David Lang y Kronos Quartet; se tuvo demasiada mano y tino para hacer que esos sonidos acierten, comulguen.
Quedé prendado de varias escenas, como esa después de la muerte de Ramona, «cinco minutos más» pedía ella, y el silencio lamentaba su partida; el buen Jep, que sólo se entiende en sus soliloquios, calla, y está en una barra de un bar cualquiera donde cruza miradas con un joven, que bien pudo ser él, como si se reconocieran; la escena sigue el caminar del vigoroso joven y se funde con la entrada de una anciano al ambiente contiguo, mientras Jep contempla y entiende; la vida es breve, ese instante retratado de nuestro paso de ser tan vitales a ser tan frágiles es notable. También está esa otra escena con ese extraño personaje que tiene las llaves de los más barrocos palacios y monumentos, mientras las princesas, ancianas todas ellas, juegan canasta y saludan con la deferencia propia de su estatus, el jet set del jet set. O esa donde hace eco la frase “Roma o muerte” y cae un turista por un colapso cardiaco, Roma o muerte, las personas pasan, las ciudades quedan. El futuro es incierto, esta película no… la belleza es para siempre.