Ernest et Célestine
Celebración de la amistad
Hace poco, a una reunión con amigos y conocidos, llegue cargado de varios libros para niños, ejemplares de gran formato que pude conseguir en una tienda de remates. Un conocido mío no dudó en preguntarme que traía en la bolsa, siguiendo las normas del Manual de Carreño, le mostré lo que había comprado; ojeó el primero y me dijo: «¿Para qué los compras, acaso tienes hijos?», las pocas sinapsis que podía hacer pese al cansancio preparaban una afilada respuesta pero amortigüe el disparo diciéndole «Doctor, no puedo leer algo si no tiene figuritas», él sonrío y siguió pasando las páginas del libro. Nuestras manías no deberían mostrase, uno se expone a que la verdadera inteligencia de nuestros pares humanos nos devuelva a esa tan estable realidad, a la pureza de lo uniforme, a la seguridad de lo debidamente institucionalizado. Sabía que sería inútil –igual de inútil para él que yo comprara libros de ese “tipo”– hacerle entender el porqué de mis felices encuentros con esos textos para niños; ese contacto significaba tener en manos un corpus artístico invaluable, y que la sinceridad de muchos de esos textos, para mí claro, tenían mayor valor que revisar algunos textos para mi edad y profesión.
Lo mismo sucede cuando me emociono con una película animada, y me expongo aún más, cuando esta está hecha a la antigua, respetando los cánones de la vieja escuela, ausente de toda esa parafernalia digital que se ofrece hasta en tres dimensiones. “Ernest et Célestine”, dirigida por Benjamin Renner, Stéphane Aubier y Vincent Patar, inspirada en los libros de la autora e ilustradora belga Gabrielle Vincent (fallecida el 2000), me ofreció las demasiadas emociones, y debo confesarlo, hasta me arrancó una lágrima. Si nuevamente un conocido, con la simiesca sensibilidad del anterior, objetara el porqué de mi éxtasis, esta vez traduciría mi disconformidad con demasiada contundencia, padrinos o paramédicos mediante.
De pequeño, una de las cosas que más me hipnotizaba eran las ilustraciones a gran escala de los distintos libros de cuentos que pasaron por mis manos, no fueron muchos pero fueron los suficientes, los suficientes para poder darme cuenta que la literatura infantil tenía sus dominios, que tenía demarcadas sus fronteras donde mientras más portentosa sea la gráfica más altas eran las murallas para que los adultos no descubrieran los demasiados significados que nos ofrecían. Y alguien que pase por la experiencia de tener esas ilustraciones en el tamaño del écran de un cine quedará, quiera o no, con los ojos borrachos de alegría, con ese contento que solo podría graficarlo un niño. Agréguele a esto la técnica, simulada o no, de la celestial transparencia de la acuarela, además de un guión sólido, y un tema recargado contra la exclusión, la discriminación y la intolerancia. “Ernest et Célestine” cumple con todos esos requisitos para llevarnos por poco más de una hora a esos dominios de donde fuimos retirados, por la edad, nuestros padres, nuestros pares ciudadanos o nosotros mismos.
Ernest y Célestine, para justificar sus vidas, se sirven de la sentencia sartreana: “Lo importante no es lo que han hecho de nosotros, sino lo que hacemos con lo que han hecho de nosotros”. Ernest, el oso de la superficie, se ha anacoretizado, ha decido negarse a la tradición familiar de ser –como su padre, abuelos, tios abuelos– un justificado operador de leyes; juez o notario debería ser su destino. Él se niega y decide ser músico y actuar en teatro, pero fracasa, se convierte en un polinstrumentista errante, vive en una de las márgenes de la ciudad, y para subsistir en situaciones extremas no le queda remedio más que la mendicidad. En el mundo subterráneo vive Célestine, su igual, dibujante precoz, una ratoncita que cree que úrsidos y roedores pueden amistar, que pueden convivir (la sola idea es una afrenta al orden establecido por sus mayores). Ella esta signada a ser dentista de adulta, ha sido criada con la idea de que los de la superficie son ajenos y antagónicos a ellos, que la monstruosidad se asoma sólo en nombrarlos, pero necesitan de sus dientes que son más duros y algunos deben salir a buscarlos. Célestine se evade de toda esa presión dibujando, dibujando y creando esa alteridad que le permite vivir. El casual encuentro, gracias al encierro en un tacho de basura, hará que las vidas de nuestros dos personajes se entreguen a una aventura donde la amistad, la complicidad y la lealtad pueden más contra la incomprensión, la persecución y la marginación.
Los Óscar son este próximo sábado, junto con esta cinta, para Mejor Película de Animación, están “The Croods”, “Despicable Me 2”, “Frozen” y “The Wind Rises” del maestro Hayao Miyazaki (la más voceada para llevarse la estatuilla); quizás «la ganadora es “Ernest et Célestine”» nos sorprenda esa noche, y de no ser así, quedamos contentos, yo y ese otro yo infante que tengo, de haberla premiado en la intimidad, de cada uno de nosotros, con esos aplausos que sólo se dan dentro del pecho.